Luna Sol Café: El pasado—y tal vez el futuro—de los restaurantes radicales de Los Ángeles

(Este artículo fue publicado originalmente
en L.A. Taco el 28 de Junio de 2017)

Los orígenes de la comida radical en Los Ángeles

Cuando Jonathan Gold calificó a LocoL como el “restaurante del año” en el periódico Los Angeles Times, lo hizo subrayando su compromiso de servir a los vecinos del barrio de Watts, donde se encuentra ubicado. LocoL no sólo ofrece platos baratos y saludables, sino que además brinda oportunidades de trabajo en un medio tan moderno y multicultural como lo es la Ciudad de Los Ángeles. En su reseña, Gold elogió a Daniel Patterson y al héroe local Roy Choi, dos superestrellas culinarios y fundadores del restaurante, por sus fines sociales y su dedicación por marcar una diferencia.

Lo que no mencionó Gold fue que Los Ángeles cuenta con una larga y fascinante historia de restaurantes con un compromiso social, y que algunos son más radicales que otros. Pensemos, por ejemplo, en el Luna Sol Café, que funcionó cerca de MacArthur Park desde 1996 hasta 2003. El Luna Sol Café ofrecía platos económicos y saludables y tenía raíces muy arraigadas en las redes multiculturales y contraculturales de su tiempo. Fue, básicamente, una cooperativa en la cual los trabajadores eran los dueños del negocio y las responsabilidades y los privilegios eran compartidos de manera horizontal e igualitaria. Este fue el único restaurante de este tipo en L.A. y uno de los pocos en la historia del Estado de California.

De una ocupación a un restaurante propiamente dicho

Luna Sol apareció en un momento en que la credibilidad del orden establecido había caído a un nuevo récord y muchos consideraban que era necesario reconstruir la sociedad desde abajo. Las masas negras y latinas pusieron al mundo patas para arriba durante la rebelión de 1992, imponiéndose por la fuerza en el debate, y muchos se miraron con frustración cuando los políticos respondieron con promesas, planes, y programas vacíos. Existía una batalla continua entre la vieja guardia y las fuerzas de cambio revitalizadas. Por ejemplo, el L.A. Conservation Corps tenía un programa de trabajo orientado a los jóvenes, pero los trataba como ganado. En respuesta, los jóvenes ocuparon el edificio del programa y lo transformaron en un centro activista bajo el nombre de Peace and Justice Center.

Algunos de los fundadores del Luna Sol Café participaron en la ocupación. Cuando esta finalizó en 1996, los participantes se reorganizaron de inmediato: crearon una casa colectiva en el barrio de West Adams en la “Casa Marvin Gaye”—donde Gaye había sido asesinado por su padre en 1984—y alquilaron una tienda con una estufa deteriorada y un refrigerador viejo en 2501 West 6th St., que pronto se convertiría en el Luna Sol Café. El equipo original sabía que quería construir un espacio comunitario y hacer algo relacionado con la comida, pero jamás imaginaron la envergadura del experimento que estaban a punto de emprender. “Nunca pensamos que administraríamos un restaurante propiamente dicho”, me confesó recientemente Tito López, uno de los integrantes originales del grupo.

Un colectivo de trabajadores desde el inicio, el Luna Sol Café no tenía jefes ni gerentes pero sí una estructura flexible que respondía a niveles de participación. Había integrantes principales, que tomaban las decisiones importantes, y a menudo trabajaban entre cincuenta y sesenta horas semanales. Recibían un salario mensual de $800, que era básicamente nada. “Sin embargo, supimos arreglarnos”, dijo López. También había empleados que recibían un salario por hora y que, si lo deseaban, podían convertirse en integrantes principales del colectivo. Por último, había una red de voluntarios muy dinámica y respetada. En su mejor momento, el colectivo tuvo seis integrantes principales, ocho empleados, y dos o tres voluntarios, y estaba conformado por negros, latinos, asiáticos y blancos. La mayoría eran adolescentes o de veinte y pico de años. En 1997, el café adoptó el nuevo nombre de Luna Tierra Sol.

Comida, comunidad y gentrificación

El menú ofrecía una selección completa de opciones de desayuno, almuerzo y cena, y también tenía una “declaración de misión” en la cual se detallaba que sus platos formaban parte de un esfuerzo por fomentar un sentido de comunidad. El estilo de la comida era principalmente mexicana, a pesar de que el Luna Sol nunca fue un restaurante específicamente mexicano, y no servía carne—era uno de los pocos restaurantes vegetarianos en L.A. por ese entonces. Los nombres de los platos resaltaban el espíritu radical del proyecto. Por ejemplo, estaba la Xipotle Bowl, que era muy preferida—la sustitución de la x por la ch en “chipotle” fue una práctica surgida del movimiento Chicano, a través de la cual se exaltaban las raíces aztecas de los mexicoamericanos y la pérdida de identidad como consecuencia de la colonización (à la Malcolm X). También había una referencia al punk con las muy queridas papas fritas Rude Girl, variante de las Chili Fries que venían acompañadas de salsa de tomate casera y queso, y un guiño a la contracultura con el plato Chimi Hendrix—tofu a la parrilla con chipotle dentro de una tortilla gigante rellena de lechuga y queso. El hip hop, por su parte, estaba presente en el Freestyle Wrap. El Luna Sol abría desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche todos los días, y durante un tiempo logró obtener importantes ingresos cuando comenzó a ofrecer un servicio de banquetes a organizaciones sin fines de lucro dos o tres veces al mes.

Repleto de una mezcolanza de muebles y con las paredes pintadas de colores brillantes, el Luna Sol era un punto de confluencia en la gran comunidad amorfa activista de la ciudad. Issys Amaya, quien apenas tenía quince años cuando se involucró en el proyecto, me comentó que el Luna Sol era “un espacio seguro y confortable para organizarse, crear y establecer contactos”. Era muy común que la gente se reuniera allí para relajarse después de una protesta o para planear nuevas manifestaciones, y se convirtió en un destino clave para los activistas que venían de otras ciudades y países. El restaurante tenía noches de micrófono abierto, exposiciones de arte, presentaciones de música y baile, y hasta clases de yoga. La mayoría de los artistas eran aficionados y entusiastas, pero también se presentaron artistas de renombre como Manu Chao, Dilated Peoples, Saul Williams, y Fredo Ortiz, el antiguo baterista de los Beastie Boys.

Las cosas alcanzaron su punto álgido en 2000, cuando el Partido Demócrata celebró su convención nacional en Los Ángeles. Las protestas constantes y el dinamismo de la contracultura artística y musical pusieron en evidencia la fragilidad del control de las autoridades de la ciudad. Obi Iwuoma, otro de los fundadores, me dijo que “fue una época muy tensa” y que muchas personas que se consideraban apolíticas “fueron arrastradas hacia la corriente”. El Luna Sol prosperó a pesar de la tensión—a tal punto que se debatió la posibilidad de abrir otro local. Pero la represión que siguió a los ataques del 11 de septiembre de 2001 lo cambió todo. Los activistas se dispersaron y los ingresos provenientes del servicio de banquetes desaparecieron. Además, debido al rápido crecimiento de Internet, se le restó importancia a los espacios comunitarios. La gentrificación también jugó un papel importante—el edificio que Luna Sol Café ocupaba fue vendido y los nuevos propietarios no ofrecieron un contrato de alquiler asequible, algo muy común para las personas de color aquí en Los Ángeles.

La última cena. . . ¿y la próxima?

Luna Sol Café sirvió su último plato en 2003, cerrando así un capítulo importante en la historia local de proyectos de comida con compromiso social. Como cooperativa, el Luna Sol eliminó la relación de explotación entre jefes y trabajadores—un pilar del capitalismo—y, en ese sentido, declaró que la buena comida y el capitalismo no se mezclan. LocoL, en cambio, prioriza restablecer la conexión entre las personas oprimidas y el sistema capitalista al vender productos de alta calidad y ofrecer una experiencia laboral. Ambos restaurantes tienen (o tuvieron) un compromiso social, pero uno fue anti-capitalista y el otro trabaja dentro del sistema.

¿Cuál es la relación entre los dos proyectos? Se podría decir que el radicalismo del Luna Sol reflejó el entusiasmo juvenil de sus participantes, algo que LocoL corrige con su aceptación más “realista” del capitalismo. El fracaso del Luna Sol parece sustentar la idea de que el restaurante era demasiado idealista y político para poder sobrevivir en una ciudad que típicamente se opone al cambio radical. Por otro lado, LocoL está perdiendo dinero en Watts, y su sucursal en Oakland acaba de cerrar, lo que significa que los fundadores de LocoL se enfrentan a realidades similares, a pesar de haber respetado las reglas del juego. Tal vez sea ingenuo pensar que uno puede utilizar las herramientas capitalistas para ofrecer comida de calidad a los desfavorecidos y excluidos; quizás el Luna Sol pueda enseñarles mucho más a las próximas generaciones de restaurateurs radicales.

Como mínimo, estas cuestiones demuestran que la historia de los restaurantes en L.A. es más complicada de lo que reconocemos normalmente—un hecho que debemos tener presente cuando pensamos en las posibilidades del futuro. Luna Tierra Sol y LocoL dejan de manifiesto que hay hambre por modelos nuevos, modos nuevos, y algo diferente. ¿Cuál será la próxima versión radical del restaurant de Los Ángeles?

~ Chuck Morse

(Traducción al Español: Chuck Morse)